Por Juan Valles
“Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa” (Mal 3:1)
Hace muchos años que un joven de 16 años fue forzado abandonar su casa porque su padre era tan pobre que no lo podía mantener. Así que puso todo lo que le pertenecía en una bolsa y empezó su viaje hacia Nueva York con el sueño de empezar algún día una empresa de jabón. Cuando este joven del campo llegó a la gran ciudad, encontró que era bien difícil encontrar trabajo. Recordando las últimas palabras de su madre, igual como el buen consejo del capitán del barco, este joven dedicó su vida a Dios. Determinó entregar a su Creador un diezmo de cada dólar que ganara. Así que, cuando entró su primer dólar, el joven dedicó sus primeros diez centavos al Señor. Esto continuó fielmente haciendo. Y los dólares empezaron a entrar. En poco tiempo, este productor de jabón se hizo socio con otro productor de jabón. Cuando murió este socio unos pocos años después, se encontró como el dueño de la compañía. Fue cuando este próspero hombre de negocios giró unas instrucciones a su contador de abrir una cuenta a nombre Jesús y acreditarle una décima parte de todos sus ingresos. Y su negocio empezó a crecer milagrosamente. Entonces el hombre empezó a dedicar dos décimas de sus ingresos. Luego tres décimas partes. Luego cuatro décimas, cinco décimas. Parecía que sus ventas incrementaban proporcionalmente exactamente conforme al porcentaje de sus ingresos que estaba regresando al Señor. En poco tiempo, Dios hizo que su apellido fuera un nombre bien conocido en cada casa de su país.¿Su nombre? William Colgate!
Esta historia debería incentivarnos. Por lo general, el diezmar es algo que nos cuesta, ya que involucra entregarle algo material al Señor. Podemos someternos a ayunos, a largas oraciones, tiempos de meditación o adoración con mucha facilidad, pero ¿entregar algo material, específicamente nuestro dinero? A muchos les cuesta. Otros quieren ser retribuidos de inmediato: lo ven como una inversión a corto plazo donde Dios debe estar obligado a respondernos. –“Si Dios se compromete a derramar bendición hasta que sobreabunde, que lo haga ya!- piensan. Pero a Dios no lo obliga nadie. Él sabrá cuando abrir las ventanas de los cielos, y su tiempo es perfecto. ¿Estás dispuesto a esperar?
Los que rechazan la idea del diezmo lo hacen porque les cuesta desprenderse más de lo material que otros, y han elaborado una “teología anti-diezmo”. Unos dicen: -“eso es parte de la Ley, y Cristo nos salva por gracia”-. Otros alegan que en el Nuevo testamento no se usaba ni se nos exhorta a pagarlo. La verdad es que el diezmo en antes de la Ley, y no se sujeta a ello: Abraham, el Padre de la fe, lo pagó (Padre de la Fe, no de la Ley!) siglos antes de darse la Ley. Y Jesús, reprendiendo a los fariseos, reconoció que éstos diezmaban, pero no eran rectos para con Dios; y les dijo: “esto era necesario hacer sin dejar aquello” (Lc 11:42). En pocas palabras, tanto la devoción al Señor como los diezmos son necesarios, ¡y son palabras de Jesús! Así que cada quién dé con alegría, con generosidad, no esperando recibir nada a cambio aunque el Señor ha prometido dar en abundancia. “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén” (2Co 1:20) Así que con gozo démosle a Dios de lo que él nos da, y no sólo lo espiritual sino lo material. “Dad y se os dará”, dice el Señor.
Dios le bendiga.
sábado, 6 de septiembre de 2008
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