Por Paul Walker
El avivamiento pentecostal de principios del siglo veinte y la renovación carismática que comenzó a fines de los años cincuenta, sin duda constituyen una de las más innovadoras e impactantes transformaciones espirituales en la historia. Pero cuando investigamos estos fenómenos debemos preguntar: 1) ¿Por qué ha ocurrido esto? 2) ¿Qué impacto ha tenido? y 3) ¿Cómo puede mantenerse la integridad espiritual? ¿Por qué ha ocurrido esto?
En primer lugar, porque era evidente la necesidad de renovación de la misión y el propósito cristianos en la iglesia y entre sus miembros. Segundo, en vista de esta necesidad de renovación, ha habido un decisivo movimiento de parte de creyentes sinceros deseosos de recobrar el poder del Espíritu Santo que transformó y dinamizó la vida de los primeros cristianos. De este movimiento ha emergido una manifestación del Espíritu Santo, acompañada del hablar en lenguas, entre los creyentes de todas las grandes denominaciones, lo cual demuestra que el bautismo en el Espíritu Santo no es una denominación o un movimiento, sino una experiencia que trae consigo la plenitud del poder espiritual para un servicio más eficaz.
En tercer lugar, esta manifestación del Espíritu Santo ha vinculado las corrientes principales del protestantismo y el movimiento pentecostal tradicional a las formas de culto del primer siglo de la Iglesia, por medio de lo que se ha llamado acertadamente el movimiento carismático (derivado del griego charismata, término utilizado, por ejemplo, en 1 Co 12.4, 30 para referirse a los dones del Espíritu Santo).
¿Qué impacto ha tenido?
De esta renovación surge la pregunta: ¿Qué sucede realmente cuando la Iglesia recibe estos dones? Al intentar una respuesta, se deben tener en cuenta los fundamentos bíblicos, el contexto tradicional y los testigos contemporáneos.
Se cumplen las Escrituras
En primer lugar, la Biblia declara de forma inequívoca: «Sed llenos del Espíritu» (Ef 5.18). Un análisis del verbo griego traducido «sed llenos» nos revela que está en tiempo presente, lo cual indica que esta es una bendición que debemos experimentar y gozar ahora. El hecho de que el verbo sea un imperativo (un mandato) no deja opciones al discípulo sensible. Sin embargo, como el verbo está en voz pasiva, no hay dudas de que ser llenos del Espíritu no es cosa que el cristiano obtiene por su propio esfuerzo, sino algo que se hace a su favor y a lo cual debe someterse. Por ello la Escritura ofrece una visión teocéntrica del ser llenos del Espíritu, experiencia en la que lo Alto alcanza a lo bajo y se une con Él en íntima comunión. Esclarecer este punto sirve para contrarrestar la crítica o la incomprensión de algunos que ven en la experiencia pentecostal algo suscitado por sugestión, determinación o emoción humanas.
La Persona del Espíritu Santo obra
En segundo lugar, la Biblia revela que la Persona del Espíritu Santo ha sido el agente primario en lo referente al ministerio de la Palabra a través de los siglos. La Escritura declara claramente que la Deidad obra en coigualdad, coeternidad y coexistencia, como una unidad. Pero también ha sido sugerido, acertadamente, que debemos contemplar esta unidad con la vista puesta en la función especial de cada una de las personas de la Trinidad: El Padre es el ejecutivo, el Hijo es el arquitecto y el Espíritu Santo es el contratista. Así que, las Escrituras nos muestran al Espíritu Santo asumiendo de forma única los siguientes papeles: 1) Como autor del Antiguo Testamento (2 S 23.2; Is 59.21; Jer 1.9; 2 Ti 3.15–17; 2 P 1.21) y el Nuevo Testamento (Jn 14.25, 26; 1 Co 2.13; 1 Ts 4.15; Ap 1.10, 11; 2.7). 2) Como el que unge a los personajes del Antiguo Testamento.
Las Escrituras mencionan no menos de dieciséis líderes de Israel que fueron ungidos por el Espíritu: José (Gn 41.38); Moisés (Nm 11.17); Josué (Nm 27.18); Otoniel (Jue 3.10); Gedeón (Jue 6.34); Jefté (Jue 11.29); Sansón (Jue 14.6, 19; 15.14, 15); Saúl (1 S 10.10; 11.6); David (1 S 16.13); Elías (1 R 8.12, 2 R 2.16); Eliseo (2 R 2.15); Azarías (2 Cr 15.1); Zacarías (2 Cr 2.20); Ezequiel (Ez 2.2); Daniel (Dn 4.9; 5.11; 6.3); Miqueas (Mi 3.8).
De manera que el Espíritu Santo, como contratista, ungió a profetas del Antiguo Testamento, como Isaías y Joel, para que escribiesen sus profecías sobre el día cuando el Espíritu sería derramado, y sus dones esparcidos a lo largo de toda la era de la Iglesia (Jl 2.28–32; Hch 2.17–21). En Isaías 28.11, 12, Dios usó a Isaías para decirle a Judá que le daría una lección en una forma que no sería de su agrado, y que le daría conocimientos a través de idiomas extranjeros en vista de su incredulidad. Siglos más tarde, el apóstol Pablo hizo extensivo el sentido de este pasaje al don de hablar en lenguas dentro de la iglesia como manifestación o señal a los que no eran creyentes (1 Co 14.21, 22). Esta señal podía manifestarse en lenguas conocidas o no por los seres humanos (compárese 1 Co 14 con Hch 2.1–11; 10.45, 46).
En todos estos aspectos, vemos al Espíritu Santo como alguien que obra en la Iglesia con una personalidad definida, como una Persona dada a la Iglesia para garantizar que el ministerio del Cristo crucificado sea continuamente proclamado y verificado. El Espíritu Santo, pues, tiene todas las características de una persona:
1. Tiene conocimiento (Ro 8.27), voluntad (1 Co 12.11) y sentimientos (Ef 4.30). 2. Participa en la revelación (2 P 1.21), la enseñanza (Jn 14.26), el testimonio (Heb 10.15), la intercesión (Ro 8.26), la exhortación (Ap 2.7), la comisión (Hch 16.6, 7) y la afirmación (Jn 15.26). 3. Se relaciona con seres humanos. Lo pueden entristecer (Ef 4.30), se le puede mentir (Hch 5.3) y blasfemar (Mt 12.31, 32). 4. El Espíritu Santo posee los atributos de la divinidad: Es eterno (Heb 9.14), omnipresente (Sal 139.7–10), omnipotente (Lc 1.35) y omnisciente (1 Co 2.10, 11). 5. Se habla de Él como Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo, Consolador, Espíritu Santo, Espíritu Santo de la promesa, Espíritu de verdad, Espíritu de gracia, Espíritu de vida, Espíritu de adopción, Espíritu de santidad. 6. Se le simboliza con el fuego (Hch 2.1, 2), el viento (Hch 2.1, 2), el agua (Jn 7.37–39), un sello (Ef 1.13), el aceite (Hch 10.38) y una paloma (Jn 1.32). Todo esto revela una parte del vasto ámbito o esfera de acción del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento y la iglesia contemporánea.
Los acontecimientos que narra Hechos están siendo redescubiertos y aplicados
En tercer lugar, el libro de Hechos narra cinco relatos de personas que reciben la plenitud, la llenura o el bautismo del Espíritu Santo (Hch 2.4; 8.14–25; 9.17–20; 10.44–48; 19.1–7). En estos relatos se manifiestan cinco factores: 1) Los presentes experimentaron la irresistible presencia de Dios. 2) Hubo una evidente transformación en la vida y testimonio de los discípulos que fueron llenos. 3) Aquella experiencia dio un gran ímpetu al crecimiento de la Iglesia: «Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (Hch 5.42). 4) La evidencia inmediata en tres de los cinco relatos fue la glosolalia: «Porque los oían que hablaban en lenguas» (Hch 10.46). [Glosolalia es un término derivado del griego glossa («lengua») y laleo («hablar»)]. 5) El propósito esencial de aquella experiencia era ofrecer un testimonio poderoso (Hch 1.8) y una más profunda dimensión del compromiso cristiano de dar frutos de bondad, justicia y verdad (Ef 5.19), gratitud (Ef 5.20), humildad (Ef 5.21), amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gl 5.22, 23).
Todas estas cosas juntas demuestran lo que el actual movimiento pentecostal-carismático de renovación está experimentando a través del Espíritu Santo que obra en la Iglesia. El problema es que con demasiada frecuencia se mal interpreta o aplica mal, por la falta de una comprensión del concepto bíblico de las «lenguas» y el papel de los dones del Espíritu. Aunque hay diversos puntos de vista teológicos y éticos entre algunos miembros del movimiento neopentecostal-carismático, la práctica del «hablar en lenguas» en la oración y el culto, junto con la aceptación y complacencia por el papel que desempeñan los dones del Espíritu Santo en su medio, constituye un vínculo que los une a todos. De manera que, para comprender completamente este fenómeno, es necesario tomar en cuenta el punto de vista carismático en lo que se refiere a la interpretación y aplicación de las poderosas manifestaciones del Espíritu Santo del libro de Hechos, aplicando los controles que se enseñan en 1 Corintios 12–14.
¿Cómo puede mantenerse la integridad espiritual?
Establecer nuestra perspectiva
En primer lugar, el pentecostal o carismático considera el bautismo del Espíritu Santo como una experiencia subsecuente a la conversión cristiana: algo que ocurre a través de un proceso de entrega completa al Espíritu que nos llena y guía. Estamos de acuerdo con que el Espíritu Santo obra en cada creyente y en los varios ministerios de la Iglesia. Aun así cada creyente debe contestar la pregunta de Hechos 19.2: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?»
Aquí deben examinarse dos expresiones:
1. Se entiende que, al hablar del «bautismo del Espíritu Santo», el movimiento pentecostal-carismático tradicional no se refiere a ese bautismo del Espíritu Santo que se produce en la conversión, mediante el cual el creyente es integrado al cuerpo de Cristo por medio de la fe en su obra redentora en la cruz (1 Co 12.13). Pero, ningún carismático bíblico ve al cristiano que no es carismático como «menos salvo» o menos espiritual que él. El bautismo con o en el Espíritu Santo (Jn 1.33; Hch 1.5) fue y está dirigido por el Señor Jesús para que sea «recibido» (Jn 20.22; Hch 1.8) como un «don» que había de otorgarse después de su ascensión (Jn 7.39; Hch 2.38, 39). Sin embargo, si alguien prefiere desestimar esta terminología, sostenemos que experimentar la plenitud del Espíritu en espíritu de unidad es más importante que crear divisiones entre nosotros o disminuir nuestra pasión por recibir Su plenitud a causa de diferencias en terminologías teológicas o prácticas.
2. Cuando habla del proceso de «rendirse por completo al Espíritu» el movimiento pentecostal-carismático no entiende: (a) pasividad de mente, o (b) un estado de hipnosis autoprovocada o de «trance». En lugar de ello, esta terminología alude a una búsqueda consciente y ferviente de Dios. La mente permanece activa, adorando a Jesucristo, el que bautiza con el Espíritu Santo (Jn 1.33). La emoción crece mientras el amor de Dios se derrama en nuestros corazones (Ro 5.5). El ser físico participa de ello, mientras se adora y alaba, elevando la voz en oración (Hch 4.24) o las manos para adorar (Sal 63.1–5).
La doble función del hablar en lenguas
En relación con aquellos que han «recibido» el don de hablar en lenguas, la Biblia describe dos funciones básicas: Debe servir para la edificación personal y la exhortación pública.
En la experiencia del bautismo con o en el Espíritu Santo, las «lenguas» desempeñan la función de señal de la presencia del Espíritu Santo. Jesús profetizó que vendrían como una señal (Mc 16.17), Pablo se refirió a ellas como una señal (1 Co 14.22), y Pedro las vio como un don-señal que confirmaba la validez de la experiencia en el Espíritu Santo de los gentiles (compárese Hch 10.44–46 con 11.16, 17 y 15.7–9). De ahí que hablar en lenguas sea una señal apropiada y esperada que confirma la presencia plena del Espíritu y ofrece al creyente un vigoroso testimonio vivo. No se considera un requisito para obtener la plenitud del Espíritu, sino una indicación de que se ha producido.
Las lenguas y la edificación personal
En primer lugar, «hablar en lenguas» es un asunto privado, que concierne a la autoedificación (1 Co 14.2–4). La glosolalia la practica devocionalmente el creyente en los momentos más íntimos de su comunicación con Dios bajo el impulso del Espíritu Santo. Esta experiencia «devocional» puede también ser puesta en práctica por acuerdo colectivo, en reuniones de grupos donde no estén presentes personas no creyentes o no informadas (1 Co 14.23). De acuerdo con ello, se proponen los siguientes principios sobre el hablar en lenguas:
1. Hablar en lenguas bajo la inspiración del Espíritu Santo es el único don espiritual que se identifica con la Iglesia de Jesucristo. De los otros dones, milagros y manifestaciones espirituales hay evidencias en tiempos del Antiguo Testamento, antes del día de Pentecostés. Este nuevo fenómeno se manifestó originalmente en la Iglesia, se identificó de forma única con la Iglesia y fue ordenado por Dios para la Iglesia (1 Co 12.28; 14.21).
2. Hablar en lenguas representa el cumplimiento de profecías de Isaías y Jesús. Compárese Isaías 28.11 con 1 Corintios 14.21, y Marcos 16.17 con Hechos 2.4; 10.46; 19.6; 1 Corintios 14.5, 14–18, 39.
3. Hablar en lenguas es una prueba de la resurrección y glorificación de Jesucristo (Jn 16.7; Hch 2.26).
4. Hablar en lenguas es una evidencia del bautismo en o con el Espíritu Santo (Hch 2.4; 10.45, 46; 19.6).
5. Hablar en lenguas es un don espiritual para la edificación personal (1 Co 14.4; Jud 20).
6. Hablar en lenguas es un don para la edificación espiritual de la Iglesia, cuando se acompaña de la interpretación de lo que se dice (1 Co 14.5).
7. Hablar en lenguas es un don espiritual para la comunicación con Dios en los momentos de devoción privada (1 Co 14.15).
8. Hablar en lenguas es un medio a través del cual el Espíritu Santo intercede por nosotros en la oración (Ro 8.26; 1 Co 14.14; Ef 6.18).
9. Hablar en lenguas es un medio espiritual para el regocijo (1 Co 14.15; Ef 5.18, 19).
10. La aplicación que hizo Pablo de la profecía de Isaías indica que hablar en lenguas también sirve de «descanso» o «refrigerio» (Is 28.12; 1 Co 14.21).
11. Las lenguas se manifiestan tras la predicación de la Palabra de Dios y la confirman (Mc 16.17, 20; 1 Co 14.22).
Las lenguas sirven para la exhortación pública
Volviendo a la segunda función de las «lenguas» —la exhortación pública—, 1 Corintios 14 funda los dones del Espíritu sobre los firmes cimientos del amor (1 Co 14.1). El uso público de las «lenguas» también exige observar una serie de normas como la clave para mantener el orden en nuestras comunidades y en los cultos de adoración. Tras aceptar que ha habido quienes han abusado de este don y se han vanagloriado abusivamente de él, debemos reconocer que éste puede convertirse en parte vital y valiosa del culto cuando se le emplea correctamente para la edificación del cuerpo de Cristo (1 Co 14.12, 13).
Sin embargo, el creyente sincero y lleno del Espíritu no se ocupará solamente de este don, porque ve en él sólo uno de los muchos dones dados para que la Iglesia alcance la «plenitud»; de ahí que no participe en el culto o se reúna con otros exclusivamente con el propósito de hablar en lenguas. Tal intención sería una señal de inmadurez, vanidad e idolatría. Por el contrario, los creyentes sinceros se reúnen para adorar a Dios y prepararse para toda buena obra por medio de la enseñanza de su Palabra (2 Ti 3.16, 17). Consecuentemente, el creyente sensible a las enseñanzas de la Escritura reconoce las siguientes recomendaciones del Nuevo Testamento sobre los dones espirituales:
1. Hablar en «lenguas» sólo edifica en las reuniones públicas cuando se interpretan; quien adora debe orar por la interpretación, y si ella no llega, guardar silencio, a menos que se sepa que está presente alguien en posesión del don de interpretación (1 Co 14.5, 28).
2. El Espíritu se manifiesta sólo para edificar; por lo tanto, dondequiera que está verdaderamente presente todo se halla en orden y nadie siente vergüenza o se perturba (1 Co 14.26, 40).
3. «Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas» (1 Co 14.32). Toda persona que de verdad sea llena del Espíritu es capaz de ejercer el dominio propio; de ahí que la confusión pueda y deba ser evitada de manera que prevalezcan la decencia y la unidad (1 Co 14.40).
4. El fundamento de todos los dones es el amor. El amor, no la experiencia de un don, es lo que califica a aquellos que ejercitan los dones espirituales. De esa forma, en la administración de la autoridad espiritual en la congregación local, la Palabra exige que juzguemos (1 Co 14.29) a fin de confirmar que aquellos en posesión de dones sigan «el amor» y procuren «los dones espirituales» (1 Co 13.1–13; 14.1).
5. El autor y dispensador de los dones es el Espíritu Santo, que los reparte según su voluntad; por lo tanto, ningún don se convierte en posesión exclusiva de un creyente para su edificación personal y vanagloria. Al contrario, los dones son dispensados a la Iglesia para ser ejercitados por ella en la mutua edificación de los creyentes (1 Co 12.1–11) y como un medio para extender su ministerio.
6. La práctica del don de lenguas debe limitarse a una secuencia de dos o tres manifestaciones a lo sumo (1 Co 14.27). Aunque muchos sostienen que ésta es una norma muy rígida, otros la consideran una guía para mantener el equilibrio en el culto de adoración. En la práctica, el Espíritu Santo raramente se mueve más allá de estos límites; sin embargo, en ocasiones, por razones y necesidades especiales, puede que se produzca más de una secuencia de dos o tres manifestaciones apropiadamente espaciadas en un culto dado. La pauta principal es la siguiente: «Pero hágase todo decentemente y con orden» (1 Co 14.40).
El testimonio contemporáneo
Moviéndonos más allá de la plenitud del Espíritu, es importante comprender el impacto de los dones en la vida y el testimonio de la Iglesia.
La experiencia de la plenitud del Espíritu representa algo más que «hablar en lenguas». Es, en realidad, entrar en posesión de la plenitud de los dones y el fruto del Espíritu, como se describe en el Nuevo Testamento (1 Co 12.7–11; Gl 5.22, 23). También abarca, en sentido amplio, el ejercicio de los dones de Dios para la edificación espiritual que se mencionan en Romanos 12.3–8 y Efesios 4.7–12.
La palabra griega charisma (singular) o charismata (plural) se utiliza para designar los dones espirituales, y de acuerdo con una terminología más técnica, «dones de la santa gracia». En Efesios 4.11–13, las palabras dorea y doma también se usan para designar los dones, calificándolos como aptitudes que nos «equipan» para el servicio personal en el reino de Dios. Asimismo, la palabra pneumatika, empleada en 1 Corintios 12.1, se utiliza para describir los dones como «cosas del Espíritu». El asunto es que cada uno de estos términos revela el significado actual de la acción sobrenatural del Espíritu en nuestras vidas, en tanto nos prepara para crecer en gracia y en el servicio del reino. Con ese fin, se nos llama a procurar «los dones mejores» (1 Co 12.31). Así que superar la pasividad, y buscar ardientemente cómo obrar y qué actitud adoptar ante todos los dones espirituales es lo correcto desde el punto de vista bíblico.
Sin embargo, hablar de los dones nunca implica exclusivismo alguno. Los dones son dispensados a la Iglesia como recursos para ser utilizados donde sea necesario ministrar el cuerpo de Cristo. Ello quiere decir que no todos los creyentes poseerán los mismos dones. Por el contrario, el Espíritu Santo es el autor y dispensador de los dones para hacer que las expresiones del culto y el reino posean integridad.
domingo, 7 de septiembre de 2008
Dones y Poder del Espíritu Santo
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