Por Juan Valles
Una de las razones para entender la absoluta Divinidad de Jesucristo y su consecuente igualdad con el Padre es mediante la observancia de la oración.
A través de los siglos los seres humanos han levantado su corazón y elevado su deseo más allá de lo imaginable, poniendo sus planes y deseos más profundos en las manos de Dios. Con razón el salmista declara: “Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado…” (Sal 3:6) Y el apóstol nos dice: “Orad sin cesar” (1Ts 5:17).
Pero uno de los hechos más destacables de la Escritura es ver cómo Jesús recibe y prospera nuestras oraciones. Sin duda habrá quien no crea en ello, y aun quien discrepe de esta práctica, pero a razón de que las oraciones van dirigidas a Dios, y Jesucristo no es sino el Dios y Señor de los cristianos, ¿qué problema puede haber?
En el libro de los hechos capítulo 7, verso 59, hallamos la primera oración hecha a Jesucristo. En una escena única vemos a Esteban, el primer mártir cristiano elevando sus más preciados deseos a la disposición de su Fiel Cumplidor, y ante el desprecio y el martirio padecido, podemos contemplar su grandiosa petición: “Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu.”
Fíjese que Esteban no está pidiendo cualquier cosa. Cuando Jesús, en su condición humana, moría sobre la cruz, oró al Padre diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” (Lc 23:46). Pero este tipo de peticiones no se hacen a cualquiera. Si no se tiene la clara convicción de que el receptor de la oración será quien ejecute la obra, entonces no se hace, y Esteban la hizo directamente a Jesús. Sin duda, esto es terreno santo para los sectarios y herejes quienes deben pasar descalzos sobre este tema.
Más adentrados en la historia de la iglesia cristiana, encontramos a Ananías, un siervo del Señor a quien el mismo Jesucristo se le aparece, y le dice: “Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor. 11Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso…” (Hch 9:10,11). La respuesta de Ananías es fascinante: “Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre.” (v.13,14)
¿Nota Usted lo que dijo Ananías? Léalo de nuevo: “…para prender a todos los que invocan tu nombre.” ¡Los que invocan a Jesucristo! Este texto nos revela que los primeros cristianos invocaban el nombre de Jesucristo!
Buscando una definición para el término invocar, un conocido diccionario bíblico agrega lo siguiente:
“Acción de clamar a Dios reconociendo sus atributos de perfección. La primera vez que aparece este término en la Biblia es en Gn 4.26, y significa que las personas buscaron la protección divina porque conocían el nombre, es decir, el carácter de Dios. En el Nuevo Testamento se invoca a Jesucristo, reconociéndolo como Salvador y Señor (Ro 10.13).” [1]
Hay unos textos que tienen que ver mucho con esto de invocar, y que expresan la igualdad existente entre el Padre y el Hijo (Jesucristo). El profeta Joel establece: “Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo…” (Jl 2:3). Esto es muy cierto, pues Jehová es el Dios Eterno que promete salvarnos de cuanto peligro nos circunde, como lo dice todo el Antiguo Testamento. Pero lo que sorprende no es eso, sino que Pablo, a sabiendas de la igualdad entre el Jehová del Antiguo Testamento y Jesucristo, nos agrega: “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo…” (Ro 10:13) y esto lo dice en alusión a Jesucristo, de quien viene hablando en su carta. ¿Se habrá equivocado Pablo? ¿Estaría inventando una nueva doctrina? Hay quienes alegan que Pablo no quiso decir eso, pues Jesús claramente enseñó que oráramos “Padre nuestro que estás en los cielos…”. Entonces, de ser así, Pablo debió estar en un error. ¿Habrá posibilidad de eso? ¿sería un error del traductor? Si revisamos un poquito, podemos ver que Pablo sabía lo que decía: “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2Tim 2:19) Ahora, llegando a considerar que Pablo se equivocó, también Pedro lo hizo, pues en la primera predicación de Pedro, él mismo citó el texto de Joel diciendo: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo…” (Hch 2:21), y la alusión la hace a Jesucristo, a quien unos versos más adelante lo identifica como el Señor de esa profecía!
Obviamente los discípulos obedecían al Señor Jesús que dijo: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré…” (Jn 14:14) en clara alusión a que pidiéramos directamente a Él, pues Él mismo prosperará nuestra petición…
Entonces, ¿a quién invoca usted…?
domingo, 7 de septiembre de 2008
¿Es Lícito Orar a Jesucristo?
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