sábado, 6 de septiembre de 2008

Por qué creo en el Nuevo Nacimiento

Por D. James Kennedy

Junto con John y Charles Wesley, el famoso clérigo anglicano George Whitefield tuvo mucho que ver con la transfiguración de Inglaterra y con el gran desper­tamiento espiritual que tuvo lugar en los Estados Unidos. En una carta que escribió a Benjamín Fran­klin, quien solía deleitarse en acudir a escuchar a Whitefield, le dijo: "Al ver que usted se está haciendo más y más famoso en el mundo de las letras, reco­miendo a su diligente y desprejuiciado estudio el misterio del nuevo nacimiento. Es un estudio suma­mente importante, y cuando lo haya dominado, so­lucionará copiosamente todas sus dificultades. Le pido, amigo mío, que recuerde que Aquel ante cuyo tribunal tendremos que comparecer los dos, declaró solemnemente que sin ese nuevo nacimiento no veremos de ningún modo su reino."' Fue una muy sabia recomendación para un hombre que fue nota­ble en la historia del mundo como hombre sabio: Benjamín Franklin. La historia, sin embargo, no nos ofrece ninguna evidencia de que Franklin prestó atención a esas palabras.
Jesucristo dijo: "Os es necesario nacer de nuevo" (Juan 3:7). Esta es la razón primaria por la que creo en el nuevo nacimiento: porque Cristo lo afirmó. Lo declaró osada e imperiosamente; lo aseveró: "...el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). Por tanto, yo quisiera, de una manera tan solemne y seria como lo hizo Whitefield, poner encarecidamente en los corazones, las mentes y las conciencias en el día de hoy esta pregunta: ¿Ha nacido usted de nuevo?
Jesucristo nos dice que, a menos que hayamos nacido de nuevo, no sólo no entraremos en el reino de los cielos, sino que ni siquiera lo veremos. "Os es necesario" (tenéis que) son palabras de un rey; y Cristo es el Rey de reyes y del reino de Dios. Y Cristo dice: "Os es necesario nacer otra vez." En teología, a esta doctrina se le da el nombre de regeneración. El mensaje de toda la Biblia pudiera resumirse en tres palabras: creación (o generación), degeneración y regeneración. Este es el mensaje de la Biblia desde un cabo hasta el otro. Dios hizo al hombre perfecto. El hombre cayó en pecado, y tiene que ser hecho de nuevo a la imagen de Dios mediante el poder del Espíritu de Dios que obra por medio del Evangelio de Jesucristo.
En segundo lugar, creo en el nuevo nacimiento porque no sólo Cristo lo enseñó, sino que en todas partes de la Escritura, tanto en el Antiguo Testamen­to como en el Nuevo, se lo enseña constantemente como un hecho y una necesidad. Se nos dice que debemos nacer de agua y del Espíritu. Se lo describe como una vivificación, como una dación de vida. "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados" (Efesios 2:1). Es pasar de muerte a vida. Es una resurrección de los muertos. Es un comenzar de nuevo. Es un dar a luz. Es nacer de Dios. Es volver a ser engendrado, no de simientecorruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios. Es ser engendrado otra vez para una esperanza viva. Es el lavamiento de la regeneración y la renova­ción del Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento se lo llama la circunci­sión del corazón. "Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas" (Deuteronomio 30;6). La Escritura dice en el Nuevo Testamento: "El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene" (1 Corintios 16:22). Las últimas palabras de este versículo en el original, anathema maranatha, significan: "sea maldito hasta que el Señor venga" esto es, si no ama con sinceridad al Señor Jesucristo. No es suficiente la religiosidad, ni la piedad, ni la moralidad. A menos que tengamos un corazón que haya sido transformado para que amemos a Dios en verdad, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, no veremos a Dios, ni viviremos.
El Antiguo Testamento describe además la regene­ración, en Ezequiel 36:26, como el dar un nuevo corazón: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne". Es decir, un corazón diseñado para amar a nuestro Dios. De los sujetos de la regeneración se dice que son vivos de entre los muertos, que son nuevas criaturas, que son hechura de Dios. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas" (2 Co­rintios 5:17). Así como la serpiente suelta su vieja piel y llega a ser completamente nueva, así también el hombre salvo, que nació espiritualmente muerto, echa de sí su vida vieja y llega a ser una nueva criatura.
Esta doctrina ha dejado perplejos a millones de hombres. En horas de la noche la han ponderado estando en sus propias cámaras. Acostados en sus camas se han preguntado: "¿Es cierto eso, es posible, que yo pueda llegar a ser una nueva persona?" La Escritura afirma claramente que no sólo es posible, sino que es absolutamente esencial. Cristo lo enseñó, la Escritura lo declara, y todos los credos de la Iglesia de Cristo a través de la historia lo afirman. Se lo enseña en todas partes. La Confesión de Fe de Westminster, que contiene las declaraciones doctrina­les de todo el mundo presbiteriano, declara la creencia de que esta verdadera fe, que obra en el hombre mediante el oír la Palabra de Dios y la operación del Espíritu Santo, lo regenera y lo hace un nuevo hombre, haciendo que viva una nueva vida y librándolo de la esclavitud del pecado. Pero no importa si son presbiterianos, reformados, anglica­nos, luteranos, bautistas, o de cualquier otro grupo evangélico: todos los símbolos, credos y formalidades de la Iglesia han declarado expresamente la necesi­dad de que el hombre debe nacer de nuevo.
También oímos esta declaración en los himnos que cantamos en la época de Navidad. Estamos familiari­zados con las palabras de himnos que dicen: "Jesús nace en nosotros hoy", "Viniste... a dar vida al más vil pecador", y de otros, como el himno de Charles Wesley, que nos dice que Cristo vino para "darnos un nuevo nacimiento". Pero incontables millones de personas han cantado esas palabras, sin la más débil idea de lo que estaban cantando.
Charles Spurgeon, el gran predicador inglés de hace un siglo, dijo que el hombre natural, el no regenerado, no puede entender lo que es el nuevo nacimiento, o qué son las cosas espirituales, más de lo que un caballo puede entender la astronomía. ¡Imagínese lo que sería tratar de enseñarle astronomía a un caballo! Simplemente haríamos lo mismo tratar de enseñar el significado de las cosas esp tuales a un hombre que no ha nacido del Espíritu Dios. Porque la Escritura declara: "Pero el hom natural no percibe las cosas que no son del Espíritu Dios, porque para él son locura, y no las pu entender, porque se han de discernir esp tualmente" (1 Corintios 2:14).
Esto también se enseña en la naturaleza: en d hecho de que la culebra muda la piel, o aun más dramáticamente, en la metamorfosis de la oruga. Esta anda arrastrándose repulsivamente por la tierra y por las hojas, hasta que un día se envuelve en su oscuro capullo y finalmente sale de la crisálida para conver­tirse en una bella mariposa que flota en la brisa y se posa suavemente sobre las flores. Esa oruga no podría entender mejor las leyes, los principios y la vida a que un día habría de entrar, que lo que el corazón no regenerado, el hombre natural, puede entender lo que es ser una persona espiritual. Así que, yo quisiera preguntar otra vez: ¿Ha nacido usted de nuevo?
El segundo nacimiento también se enseña en todas las teologías, en los diccionarios y en los compendios de obras teológico-históricas. Miles de teólogos a través de los siglos han enseñado que es absolutamen­te esencial que el hombre experimente el hecho de la regeneración. Y no sólo se enseña claramente por todas partes, sino que la evidencia también se puede ver claramente, a menos que la persona se ciegue voluntariamente a sí misma para no verla. A todo nuestro alrededor, a lo largo de 20 siglos, incontables millones de personas de todos los estratos de la vida, han experimentado este poder transformador del nuevo nacimiento. Han llegado a ser nuevas criaturas y han sido transformadas desde las mismas recondite­ces de su ser. Todo tipo de personas: los grandes y los aoderosos, los sencillos y los humildes, los nobles y los innobles, los salvajes y los cultos, han experimentado el poder regenerador de Dios, y de ahí en adelante han disfrutado la misma nueva vida en Cristo.
A Cipriano, un noble rico que vivió en el tercer siglo, le gustaba galopar alrededor de Cartago, en su carroza de oro adornada con joyas; para ello usaba una vestidura fantástica tachonada de diamantes y piedras preciosas; vivía entregado a las orgías. En una carta que envió a uno de los teólogos cristianos de su tiempo, dijo que a él no le era posible concebir cómo podría cambiar su vida, su manera de vivir durante tanto tiempo. Los hábitos inveterados, los gustos, los deseos que se le habían desarrollado, los pecados que él mantenía apegados a su regazo; ¿cómo era posible que alguna vez él abandonara estas cosas? ¿Cómo podría él ser alguna vez como los cristianos que veía? Dijo que a él le parecía que eso era absolutamente imposible. Sin embargo, según la misteriosa provi­dencia de Dios, aquello que había parecido absoluta­mente imposible sucedió, y Cipriano fue transforma­do. Dios extendió la mano desde el cielo, y quitó del pecho de Cipriano aquel corazón de piedra, y colocó dentro de él un corazón de carne; un corazón afinado para amar a su Dios y cantar sus alabanzas. Cipriano, quien llegó a ser uno de los grandes líderes cristianos de la Iglesia primitiva, dijo que aquello que antes le había parecido absolutamente imposible y misterioso y difícil de entender, se había vuelto todo claro. Todo su problema había desaparecido.l
¿Cómo sería discutir con una oruga los problemas del vuelo? Eso parecería tan imposible: aletear en la brisa y posarse suavemente sobre las flores, flotar en el aire. Bueno, esa pobre oruga difícilmente podría saltar a un centímetro de altura de la tierra, y sin embargo, según la misteriosa obra de Dios, todas lascosas llegan a ser nuevas; las cosas viejas pasan; y forma una nueva creación. Del mismo modo, hace un nuevo corazón en el hombre.
Los testimonios de que esto es así, existen centenares y centenares de personas famosas co William Gladstone, uno de los más grandes prime ministros de Inglaterra cuya vida fue transfor por Dios. Abraham Lincoln nos dice en sus cartas q en Gettysburg, el día en que presentó su famoso discurso, él también nació de nuevo por el Espíritu de Dios. Lutero había sido excesivamente religioso, así como lo había sido Nicodemo, y sin embargo, no había conocido nada del nuevo nacimiento. Pero, finalmente, su alma fue transformada. Escritores como Fyodor Dostoievski y León Tolstoi, de Rusia, por ejemplo, describieron la obra del Espíritu de Dios en la transformación absoluta de sus vidas. Hoy, hombres modernos como Chuck Colson, autor del éxito de librería Born Again (Renacido), y Harold E. Hughes, ex senador de los Estados Unidos de Améri­ca y autor de la obra The Man from Ida Grove (El hombre de Ida Grove), han contado cómo fueron transformados por el Espíritu de Dios. En realidad, la oruga ha comenzado a volar a causa de la obra del Espíritu de Dios.
Por encima de todo, creo en el nuevo nacimiento porque lo he experimentado. Hasta el día de hoy tengo amigos desde hace 24 años, que no entienden lo que me ocurrió. En un tiempo hubo un joven que administraba un Estudio de Baile Arthur Murray: su corazón y sus afectos estaban enteramente aferrados a las cosas de este mundo. Luego, de repente, de la noche a la mañana, algo ocurrió: nació una nueva persona, y la persona vieja murió. Aquellas cosas que una vez me parecían tan deseables, tan atractivas, ahora me parecían como trapos de inmundicia, como huesos de hombres muertos, cosas que no tenía ningún interés para mí. En cambio, otras cosas, las cosas del reino de Dios, las invisibles, las eternas, que nunca ocuparon en absoluto mis pensamientos, y a las cuales mi corazón nunca dedicó tiempo, han llegado a ser supremamente preciosas para mí. A estas últimas cosas se han apegado mis afectos. Como ustedes ven, amigos míos, no hay otra explicación, sino que hace 24 años nací por completo de nuevo, tal como Jesús lo dijo. ¿Han nacido ustedes de nuevo? Tienen que hacerlo, ya lo saben.
Recuerdo al predicador que llegó a una iglesia, y el primer domingo predicó sobre el siguiente texto: "Os es necesario nacer de nuevo." La gente puso atención. Algunos se retorcieron. El domingo siguiente el pre­dicador volvió a utilizar el mismo texto, y la gente se quedó perpleja. La semana siguiente predicó sobre el mismo texto otra vez. Finalmente algunos de los diá­conos le dijeron: "Pastor, ¿por qué todos los domin­gos predica usted sobre el mismo texto: `Os es necesario nacer de nuevo'?" El respondió: "Porque ustedes tienen que nacer de nuevo."
Amigos, esto es lo único que ustedes tienen que hacer durante su permanencia en este planeta; lo único. Ni siquiera tienen que crecer. No tienen que tener éxito. No tienen que casarse. No tienen que tener hijos. No tienen que tener una casa ni un auto, ni nada de todas aquellas cosas que la gente piensa que tiene que tener. Lo único que ustedes tienen que tener es un nuevo nacimiento, porque de eso depen­de todo el futuro de ustedes para siempre. Tienen que nacer de nuevo. Es uñ imperativo divino. Es un imperativo universal. Creo que vale la pena notar que estas palabras le fueron dichas a Nicodemo, no a una mujer samaritana, no a una prostituta, no a un jugador, no a un hombre profano, sino a un hombreque era fariseo y gobernante de los judíos. Un f de aquel tiempo, miembro del Sanedrín, era especie de combinación de ministro y senador, pertenecía a la clase sobresaliente de Israel. Co hombre extraordinariamente religioso ante los o del pueblo él debe de haber sido absolutamente tacha, que no hacía ninguna de las cosas que ha los pecadores. Sin embargo, Jesús le dijo: "Os necesario nacer de nuevo."
Cristo nos está diciendo a nosotros, los presbiteria­nos, los metodistas, los anglicanos, los congregaciona­listas, los católicos romanos, no importa quiénes seamos, que a menos que el hombre nazca de nuevo, de ningún modo entrará en el reino de los cielos. Ahora bien, podemos pasar por alto esas palabras; millones de personas no las han tenido en cuenta, y millones no pensarán en ellas. Pero les aseguro que un día la palabra de Jesucristo se cumplirá en aquella gran Sesión final, cuando el hombre comparezca ante el trono de juicio de Dios. El asunto es muy sencillo: los que hayan recibido una nueva naturaleza de Dios, serán admitidos en el cielo; y los que no la hayan recibido, no serán admitidos. Lo que es carne es carne. Está lleno de los agentes de su propia destruc­ción. Tan pronto como llegue la muerte, la horda de invasores se desatará y en el término de pocas horas, la corrupción se establecerá en la carne. Tenemos que tener un nacimiento nuevo e incorruptible.
La razón por la que necesitamos el nuevo naci­miento es el hecho de la muerte antigua. Porque la Escritura enseña claramente que usted y yo y todas las personas de este planeta nacimos muertos espiri­tualmente. El nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Claro que estábamos vivos en el sentido intelectual, y en el emocional, estético, racional y físico; pero espiritualmente naci­mos muertos, y dentro de nosotros existe un espíritu _ue está muerto, corrupto, que apesta. Dios dice que --osotros somos una hediondez en su nariz, y que El -_ene que venir y, con sus dedos que dan vida, tocar nuestras almas y hacernos nuevo otra vez. Hay un antiguo axioma espiritual, que muchos de los grandes teólogos del pasado solían repetir para imprimir en el pueblo esta necesidad. La Biblia enseña que no sólo ñay un segundo nacimiento, sino que también hay una segunda muerte, además de la muerte física que todos sufriremos. Aquellos cuyos nombres no están mscritos en el libro de la vida del Cordero, serán lanzados al lago de fuego. ¡Esta es la muerte segundal Condenados a tormento eterno, no tendrán descanso ni de día ni de noche, para siempre. De modo que el axioma es muy claro: El que nace una vez, muere dos, ieces; el que nace dos veces, muere una vez. ¿En cuál de los dos casos estará usted? ¿Ha nacido usted de nuevo?
Tenemos un imperativo, es verdad, pero dentro de sí contiene el germen de una promesa. Porque si es verdad que tenemos que nacer de nuevo, entonces también es verdad que podemos nacer de nuevo. Hay una tierra donde se comienza de nuevo, una tierra donde, al entrar, podemos descartar nuestra vida vieja como una vestidura desgastada y entrar renova­dos. Podemos ser perdonados. Podemos ser creados de nuevo. Podemos tener un nuevo corazón, nuevos afectos, nueva vida, nuevo poder, nuevo propósito. nueva dirección, nuevo destino. Sí, podemos nacer de nuevo. ¡Amigos míos, éstas son buenas nuevas!
En este mismo tercer capítulo de Juan, Jesús nce& describe el mecanismo por el cual el hombre nace de nuevo. El dice: "El viento sopla de donde quiere. Y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene. ni a deci­de va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (versículo 8). El Espíritu Santo es el Agente nuestra regeneración. Notará usted que la cons ción gramatical en este caso es pasiva en lo que nosotros concierne. No "nacimos" por nu cuenta. "Somos nacidos por un agente". Somos gendrados por Dios. Somos creados de nuevo. So nuevas criaturas. Somos hechura de Dios. Somos objetos y Dios es el Sujeto. La regeneración es al que Dios nos hace a nosotros con su estupendo pod El Agente es el Espíritu Santo, y el instrumento es Palabra de Dios, el evangelio de Jesucristo.
En este mismo capítulo, Cristo declara: "Y co Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (versículos 14, 15). Cristo fue levantado en la cruz, y tomó sobre sí nuestra culpa; y así llegó a ser la serpiente, la señal del mal, el hombre más cargado de pecado, más maldito por el pecado que jamás haya vivido; y fue nuestro pecado lo que se le imputó a El. Vicariamente, en nuestro lugar, allí estaba crucificado mirando arriba, hacia el rostro ceñudo de su Padre, y Dios miró hacia abajo, a su Hijo único en el cual tenía complacencia; y Dios derramó su ira contra el pecado sobre su propio Hijo. Y Jesús descendió, en nuestro lugar, al infierno. Nuestros pecados serán castigados sobre nosotros en el infierno, o sobre Cristo en la cruz; depende de si nosotros creemos en El o no. Hay vida por sólo mirar al Crucificado. "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más" (Isaías 45:22).
¿Ha nacido usted de nuevo? Si así es, usted está confiando en Jesucristo, y no en sí mismo. Se ha apartado usted de su propia justicia. El gran teólogo doctor John Gerstner, de Pittsbui•gh, dijo que muy a menudo lo único que sirve de obstáculo entre Dios y el pecador, es la virtud de éste. En realidad, el pecador no tiene ninguna justicia, pero para él su justicia es real, sus virtudes, una ilusión. Por el hecho de que no abandona la confianza en su propia bondad, ni reconoce su pecado, ni cree en Cristo, estas actitudes forman una barrera impenetrable entre el pecador y el Salvador. No tenemos nada con que podamos contribuir para nuestra salvación, ami­gos míos, excepto una cosa: nuestro pecado. Esa es nuestra contribución total. La fe y el arrepentimiento son obra de la gracia de Dios en nuestro corazón. Nuestra contribución es simplemente nuestro pecado por el cual Cristo sufrió y murió.
¿Quiere usted nacer de nuevo? Nunca ha habido una persona que haya buscado eso y no lo haya encontrado. Aun esta búsqueda es creada por el Espíritu de Dios. ¿Quiere conocer esa nueva vida? ¿Está cansado de la vacuidad y la falta de propósito de su vida? ¿Está cansado de los trapos de inmundicia de su propia justicia? ¿Quiere confiar en otra persona que no sea usted mismo? Entonces, mire a la cruz de Cristo. Ponga su fe en El. Pídale que entre en su corazón y nazca en usted hoy. Porque Jesús vino de la gloria al mundo para darnos un nuevo nacimiento, porque es necesario que nazcamos de nuevo - TE­NEMOS que nacer de nuevo.


Extraido del Libro “Por qué Creo”, de D. James Kennedy, editorial vida. 1982. Capítulo 11.

1 comentario:

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